Cómo fueron los últimos segundos antes del fatal desenlace entre el avión de American Airlines y el helicóptero militar

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WASHINGTON.– El destello de fuego a baja altitud que se ve en el video que recorrió el mundo hizo erupción en el cielo sobre Washington minutos antes de las 21 del miércoles, un choque aéreo en pleno vuelo que en un instante se cobró 67 vidas y desencadenó toda la gama de respuestas humanas ante una repentina e inmensa tragedia: valor, resiliencia, tristeza, conmoción, perplejidad.

Era una noche fría y despejada. El vuelo 5342 de American Eagle procedente de Wichita, con 60 pasajeros, dos pilotos y dos asistentes de a bordo, estaba a menos de 100 metros de altura y a punto de aterrizar en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan. En ese mismo momento, un helicóptero Black Hawk del Ejército, con tres tripulantes, realizaba un vuelo de entrenamiento en el mismo espacio aéreo.

El choque dejó horrorizados a los testigos del hecho y perplejos a los encargados de monitorear el espacio aéreo más estrictamente vigilado y controlado del mundo, apenas cinco kilómetros al sur de la Casa Blanca y el Capitolio. En cuestión de segundos, el fuselaje de ambas aeronaves se precipitó a las aguas heladas del río Potomac. Todos murieron.

Con caras de perplejidad, los funcionarios de aviación, oficiales militares y autoridades de seguridad pública prometieron respuestas: se abrirá una investigación sobre el hecho, se celebrarán audiencias, habrá lecciones que aprender.

Un hombre llamado Roberto Márquez monta un memorial improvisado por las víctimas de la colisión de Washington

Lo único que los alentaba, al parecer, era que los rescatistas se habían movilizado rápidamente, desafiando la inclemencia invernal y la oscuridad total que reinaba sobre el río. Una tarea sombría, mientras la angustia se abría camino desde Washington hasta Kansas.

Para los pilotos, el espacio aéreo a lo largo del Potomac es uno de los más complicados del país. Para evitar calamidades, dependen de una serie de capas de procedimientos y salvaguardas electrónicas. Los helicópteros militares vuelan bajo sobre el río y comparten con los aviones comerciales las muy utilizadas rutas de despegue y aterrizaje del aeropuerto nacional. La congestión en el aire, en las pistas y calles de carreteo preocupa desde hace mucho tiempo a los analistas de aviación. Ese aeropuerto fue construido para 15 millones de pasajeros al año: actualmente es usado por 25 millones.

En el momento de la colisión, dentro de la torre de control los niveles de personal “no eran normales”: no había un solo controlador dedicado a gestionar el tráfico de helicópteros, según un informe de seguridad que fue descrito por una fuente a The Washington Post. No queda claro quién o qué causó el accidente.

“Torre, ¿vieron eso?”, pregunta un piloto en una transmisión grabada mientras la bola de fuego se encendía sobre el Potomac. “Comando de bomberos, el accidente ocurrió en el río”, dice otra voz, que suena tranquila. “Tanto el helicóptero como el avión se estrellaron en el río”.

El periodista Ari Schulman vio el incendio en el cielo mientras volvía en auto a su casa en Alexandria, Virginia, por la autopista George Washington Memorial, cerca del aeropuerto. Dijo que vio chispazos en un avión de pasajeros que volaba a baja altitud y que la aeronave se inclinó bruscamente hacia la derecha.

Las tareas de recuperación de los cuerpos y de los restos del avión estrellado en Washington

“No entendía del todo lo que veía, porque no parecía que las chispas salieran directamente del avión”, señaló Schulman. “Estaban debajo del vientre, un poco separadas del fuselaje. Rezo para que haya muchos sobrevivientes”, dijo, pero no los hubo.

En Buzzard Point, al sudoeste de Washington, donde confluyen las aguas de los ríos Potomac y Anacostia, Abadi Ismail estaba por irse a dormir cuando escuchó un estallido que le sonó “como algo de zona de guerra”, contó a Reuters. “Miré al cielo y lo único que vi en ese momento fue humo”, dijo Ismail, de 38 años.

A las 20.48, desde la torre de control se emitió un anuncio urgente. “Choque, choque, choque. Alerta de nivel 3”. Es la más alta, transmitida directamente a las radios de los policías y bomberos de la capital, asignados a una unidad marina cercana.

Ayuda

Cientos de equipos de emergencia de toda el área metropolitana convergieron entonces en el aeropuerto y en las rutas, puentes y costaneras aledañas, un mar de luces titilantes que teñía la noche de azul y rojo por kilómetros a la redonda.

A medida que el alcance del desastre se fue haciendo evidente, los despachadores de auxilio empezaron a pedir más y más ayuda. Pronto, más de 300 socorristas ya estaban en el lugar o iban en camino desde lugares tan lejanos como Baltimore. De hecho, eran tantos que no había barcos suficientes para que todos los rescatistas pudieran llegar al lugar de la tragedia para buscar sobrevivientes y cuerpos en las aguas del río.

Un barco de pasajeros se acerca a colaborar en las tareas de rescate en el Potomac

Un oficial de policía y su colega del departamento de bomberos vieron un crucero-cena con las luces encendidas amarrado en un muelle, comentó David Hoagland, presidente de la asociación de bomberos de Washington. Ambos corrieron al muelle y empezaron a agitar el pesado portón de hierro. “Necesitamos su barco”, gritó uno de ellos.

El barco, con espacio para 150 pasajeros, acababa de amarrar después de un crucero turístico. El encargado abrió el portón del muelle. Los rescatistas les explicaron rápidamente al capitán y a su tripulación que a bordo de las aeronaves siniestradas había 60 o más personas, y que vivas o no, estaban ahí en el agua.

Diez minutos después, el yate ya estaba tres kilómetros río arriba, en el área donde habían caído los restos, más de 11 kilómetros a lo largo del Potomac, desde el aeropuerto hasta el puente Woodrow Wilson.

Los restos del helicóptero estaban boca abajo, al igual que el fuselaje del avión, partido en tres pedazos, un Bombardier CRJ700 diseñado para hasta 78 pasajeros.

Con la esperanza de encontrar sobrevivientes y subirlos a bordo, la tripulación alineó sillas y cubrió la cubierta con manteles, de pronto convertidos en mantas. El chef, sin que nadie se lo pidiera, se puso a cocinar pollo para los hasta entonces posibles sobrevivientes.

Otros miembros de la tripulación prepararon café en termos y lo repartían entre los botes de buzos que emergían del agua exhaustos y cubiertos de combustible de avión. El olor acre del combustible era tan denso que algunos buzos vomitaron.

Del agua sacaban restos humanos desmembrados. Sobre la cubierta de un barco de bomberos se acumulaba la sangre. Para algunos de los rescatistas, era la peor carnicería humana que hubieran visto en sus vidas.

Jenny Gathright, Peter Hermann, Emily Davies y Paul Duggan

Traducción de Jaime Arrambide

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