Por qué apenas hubo accidentes durante el apagón a pesar de no funcionar los semáforos: una teoría de la psicología lo explica

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Fotografía del tráfico en la M-30 este lunes durante el apagón masivo del sistema eléctrico en Madrid. EEFE/ Chema Moya

El apagón masivo que sufrieron España y Portugal durante el día de ayer derivó en un caos generalizado que parece haber empezado a enmendarse durante la mañana de hoy. El corte de luz provocó que cientos de personas quedasen encerradas en ascensores, que muchos supermercados se vieran obligados a cerrar y que las carreteras de todo la península colapsaran.

Las ciudades, regidas en su cotidianidad por tres colores que regulan el tráfico, quedaron huérfanas de semáforos. A pesar de la congestión automovilística, las autoridades confirman que apenas ocurrieron accidentes en todo el territorio.

La explicación tras este fenómeno la ofrece la psicología de la percepción. Esta rama estudia cómo percibimos el mundo a través de los sentidos, pues en ocasiones nuestro cerebro actúa siguiendo una percepción psicológica que no corresponde a ninguna realidad física.

El sociólogo estadounidense Edward T. Hall dedicó parte de su obra a analizar este comportamiento humano, hasta el punto de desarrollar la teoría de la dimensión oculta. Esta tesis, también conocida como teoría proxémica, hace referencia a los aspectos no verbales de la comunicación que se desarrollan en un espacio físico, especialmente aquellos relacionados con las distancias interpersonales.

La teoría de la dimensión oculta en el apagón

Llama la atención que la jornada transcurriera sin apenas incidentes a pesar de que todos los semáforos estaban inactivos. El escritor y arquitecto español Pedro Torrijos, expone en su cuenta de X (antes, Twitter) que la responsable de este fenómeno es la teoría de la dimensión oculta.

“Cuando conducimos por una calle con bordillos y aceras, hacemos cesión de la responsabilidad hacia esos elementos. Consideramos que la calzada es propiedad de los coches y solo pararemos en semáforos o pasos de peatones, aunque sepamos que los niños (y algún adulto) se suelen saltar esas normas. En cambio, cuando no hay diferencia de altura y mucho más cuando no hay ninguna diferencia, ni de pavimento, nuestro cerebro va a ejercer toda la responsabilidad de la conducción”, explica.

Al recaer toda la responsabilidad sobre nosotros mismos de forma conscientes, los conductores actuaron con un cuidado extremo, porque no se podía ceder responsabilidad a los semáforos ni a las distintas señales luminosas. “En cambio, sin semáforos, percibimos las relaciones entre los vehículos de manera mucho más cuidadosa. Nuestro cerebro ejerce la responsabilidad de negociar con los demás”.

Torrijos compara esta situación con otras más banales, como la escasa distancia interpersonal en el metro o un paseo por la playa, en las que también sale a relucir esta teoría de la psicología de la percepción: “Nuestro cerebro puede aceptar que estemos un rato apretujados contra otros seres humanos dentro de un vagón, mientras dura el trayecto, pero consideramos profundamente invasivo que otra persona se nos pegue cuando estamos en el andén. Es también la razón por la que las mujeres se suelen cubrir con algo (aunque sea un pareo) cuando están en el paseo marítimo. Porque, aunque no haya ninguna barrera física (solo un cambio de pavimento y un pretil bajo), perciben que el paseo es ciudad y en la ciudad operan convenciones sociales distintas a las que operan en el mar”.

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