Una nueva forma de medir la felicidad: el mayor estudio global sobre bienestar revela sus primeros resultados

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Las seis dimensiones clave del bienestar humano según el estudio son: felicidad, salud, propósito, carácter, relaciones y seguridad financiera (Imagen Ilustrativa Infobae)

El mayor estudio global sobre el florecimiento humano revela patrones culturales y universales del bienestar y cuestiona las métricas tradicionales como el PIB (Producto Interno Bruto).

En un mundo acostumbrado a evaluar el progreso a través de cifras como el producto interno bruto, la esperanza de vida o las tasas de empleo, un grupo de científicos propone una pregunta esencial: ¿estamos midiendo lo correcto? Esa inquietud sustenta el Estudio Global sobre el Florecimiento (Global Flourishing Study, GFS), un ambicioso proyecto que publica sus primeros resultados en varias revistas del grupo Nature y que busca redefinir qué significa tener una buena vida.

Con más de 200.000 encuestados en 22 países de los seis continentes, el GFS se propone observar durante cinco años, entre 2022 y 2027, cómo florecen las personas en distintos contextos sociales, económicos y culturales.

Liderado por Tyler VanderWeele, de la Universidad de Harvard, y Byron Johnson, de la Universidad Baylor, el estudio explora seis dimensiones fundamentales del bienestar: felicidad, salud física y mental, sentido y propósito, carácter y virtud, relaciones sociales y seguridad financiera.

: La ciencia propone abandonar los parámetros puramente económicos para construir políticas que reflejen la experiencia humana (Freepik)

¿Qué nos hace felices?

Según el Estudio Global sobre el Florecimiento, lo que hace más felices a las personas no son únicamente factores materiales como el ingreso o el empleo, sino aspectos profundamente humanos como las relaciones sociales, la espiritualidad, el sentido vital y la salud mental.

Las personas que están casadas o en pareja, aquellos que participan en comunidades religiosas y que sienten propósito en sus vidas tienden a reportar niveles más altos de bienestar.

El estudio encontró patrones consistentes: quienes tienen vínculos fuertes, practican alguna forma de fe o comunidad y se sienten parte de algo más grande que sí mismos muestran una mayor percepción de florecimiento.

En contraste, la soledad, el desempleo y la falta de sentido aparecen como factores asociados a menor bienestar.

Una nueva manera de medir la vida buena

El estudio considera el contexto cultural como determinante en la interpretación y el impacto de los datos sobre florecimiento (Freepik)

“Para diseñar políticas acertadas que ayuden a las personas a florecer, los gobiernos deberían establecer sistemas para recopilar datos sólidos sobre el bienestar de sus ciudadanos”, sostienen los responsables del estudio en un artículo de Nature Human Behavior. Se trata de ir más allá de indicadores que, aunque útiles, dicen poco sobre la experiencia humana cotidiana.

El concepto de “florecimiento”, como lo define el GFS, es “el logro relativo de un estado en el que todos los aspectos de la vida de una persona son buenos, incluidos los contextos en los que vive esa persona”. Esto implica una mirada integral que abarca tanto aspectos objetivos —ingresos, empleo, salud— como subjetivos, como el sentido de la vida, las relaciones o la percepción de seguridad.

En palabras del propio VanderWeele, “nunca estamos floreciendo perfectamente en esta vida, y siempre hay espacio para mejorar”.

Qué hace florecer a las personas

En países ricos, las personas tienden a tener mayor bienestar material, pero puntúan más bajo en sentido vital y relaciones personales (Imagen Ilustrativa Infobae)

Los primeros resultados revelan tendencias comunes y variaciones sorprendentes. En promedio, las personas mayores tienden a evaluarse con mayor bienestar: mientras que el grupo de entre 18 y 49 años reporta una media de 7,03 en una escala del 1 al 10, quienes tienen 80 años o más alcanzan el 7,36.

No obstante, el patrón no es homogéneo. En España, por ejemplo, los niveles de florecimiento son más altos entre los jóvenes y los mayores, y más bajos en edades intermedias. Los investigadores proponen analizar factores como el uso de redes sociales, los efectos de la pandemia, la preocupación por el cambio climático y la menor participación en organizaciones religiosas, como posibles explicaciones.

Otros hallazgos también confirman intuiciones comunes: las personas empleadas reportan mayor bienestar que las desempleadas, y quienes tienen mayor nivel educativo muestran un leve incremento en su florecimiento, con excepciones como Hong Kong y Australia, donde la relación se invierte.

En cuanto a las diferencias entre migrantes y autóctonos, se observa una tendencia leve a menor satisfacción entre los primeros (7,02 frente a 7,16), aunque este patrón se revierte en algunos países, como España.

La felicidad en comunidad

Las personas casadas reportan un florecimiento mayor (7,34) que las solteras (6,92) y divorciadas (6,85) (Freepik)

Uno de los hallazgos más consistentes del estudio es el efecto beneficioso de los estilos de vida comunitarios.

Las personas casadas alcanzan un promedio de 7,34 puntos, por encima del 6,92 de los solteros y el 6,77 de los separados. En cuanto a la espiritualidad, quienes asisten a servicios religiosos una vez por semana puntúan en promedio 7,67, frente a 6,86 de quienes nunca lo hacen.

Aunque VanderWeele aclara que “son solo medias entre todos los individuos, así que no necesariamente aplican a cada persona”, advierte que “los patrones generales sugieren que las comunidades religiosas y el matrimonio son caminos poderosos hacia el bienestar”.

Este beneficio, sin embargo, varía según el país. En Israel, por ejemplo, la diferencia entre casados y separados es de 0,92 puntos, mientras que en Argentina se reduce a apenas 0,1. De igual modo, el impacto de la asistencia religiosa oscila entre 2,33 puntos en Hong Kong y apenas 0,15 en India.

“Para quienes ya creen en Dios o se identifican positivamente con una tradición religiosa, los resultados constituyen, en cierto sentido, una invitación a regresar a la vida comunitaria religiosa”, sostiene VanderWeele. Para quienes no lo son, el investigador sugiere buscar otras formas de comunidad, como vía hacia el florecimiento.

Historia y crítica del reduccionismo cuantitativo

El objetivo es reemplazar métricas incompletas como el PIB por indicadores más representativos del bienestar real (Imagen Ilustrativa Infobae)

El enfoque del GFS también se inscribe en una crítica más amplia al uso excesivo de métricas cuantitativas como forma de organizar la vida moderna.

El historiador Lewis Mumford ya advertía que, durante la Revolución Industrial, el tiempo, la naturaleza y el trabajo dejaron de ser valorados por su aportación a la vida y se convirtieron en recursos medibles, utilizados para maximizar la producción y el beneficio.

Al adoptar los números como forma central de valoración —ya sea en términos bélicos, comerciales o productivos—, se dejó en segundo plano lo cualitativo, lo humano, lo relacional. El florecimiento, en cambio, retoma esos aspectos y busca devolverles el centro.

El reto de construir políticas desde el bienestar

El Estudio Global sobre el Florecimiento reúne datos de más de 200.000 personas en 22 países durante cinco años (Imagen Ilustrativa Infobae)

El estudio no esquiva las dificultades. Entre ellas, los investigadores señalan cinco desafíos clave: la multiplicidad de dimensiones del bienestar, la tensión entre elementos objetivos y subjetivos, las diferencias culturales en la interpretación de las encuestas, las distintas prioridades sociales y las complicaciones metodológicas para lograr estudios longitudinales significativos.

Aun así, los autores insisten en que las políticas públicas deben redirigirse hacia el bienestar integral. Como resume uno de los editoriales: “estas medidas objetivas capturan aspectos claves del bienestar de las naciones, pero son malos predictores del bienestar de los individuos”.

La apuesta del GFS, en última instancia, es ambiciosa: comprender cómo florecen diferentes personas en diversas culturas y contextos, identificar patrones universales y fomentar decisiones de política que promuevan la buena vida. Como concluye VanderWeele, “la comunidad, que es tan importante para el bienestar, requiere renunciar a parte de esa autonomía para poder participar, contribuir y comprometerse con el grupo”.

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