Era 11 de mayo de 1985, y el ambiente en el estadio Valley Parade tenía un aire festivo. Bradford City acababa de coronarse campeón de la Third Division inglesa (lo que hoy sería la League One), y el encuentro contra Lincoln City parecía un mero trámite con sabor a celebración. Lo que nadie imaginaba era que ese sábado soleado quedaría marcado en la historia como uno de los días más oscuros del fútbol británico.
La escena parecía sacada de una pesadilla mal escrita: a los 43 minutos del primer tiempo, un pequeño foco de humo comenzó a asomar tímidamente por debajo de la tribuna principal. Un asistente del árbitro lo notó y alertó al colegiado, quien, con buen tino, suspendió el partido justo antes del descanso.
Lo que sucedió después fue tan veloz como devastador: el fuego, avivado por décadas de basura acumulada bajo los asientos y una estructura de madera tan vieja como la Primera Guerra Mundial, se convirtió en un infierno imparable.
En cuestión de cuatro minutos, las llamas arrasaron la tribuna: 56 personas murieron y otras 265 resultaron heridas. Las imágenes de espectadores trepando desesperadamente por las barandas, intentando escapar del fuego, quedaron grabadas en la memoria colectiva del Reino Unido.
Algunos lograron saltar al campo y salvar sus vidas. Otros no tuvieron tanta suerte: intentaron huir por las puertas pero estaban cerradas con candado.
Las investigaciones posteriores fueron lapidarias. La causa del incendio fue tan absurda como trágica: un cigarrillo o fósforo mal apagado. Sí, eso bastó. Lo que en otro contexto habría generado apenas una quemadura menor, en este caso encontró el caldo de cultivo perfecto: toneladas de papeles y basura acumulada por años bajo los tablones, más una estructura de madera que había sobrevivido desde 1908 como si fuera parte del patrimonio histórico del club.
El informe final fue contundente en sus conclusiones y señaló responsabilidades a todos los niveles. Se criticó duramente la falta de controles, la inexistencia de protocolos de evacuación, la obsolescencia de las instalaciones y el desinterés general por la seguridad de los espectadores. Como suele ocurrir, las autoridades reaccionaron después del desastre.
El incendio de Bradford se convirtió en un punto de inflexión para la revisión de las normas de seguridad en los estadios del Reino Unido, aunque —vale decir— muchas de las reformas llegaron con cuentagotas.
Fue recién después de otra tragedia, la de Hillsborough en 1989 (cuando murieron 96 hinchas del Liverpool por una avalancha humana), que el gobierno británico implementó cambios de fondo. Al parecer, un solo episodio fatal no bastó para generar un compromiso real con la seguridad. Fue necesario que más de 150 personas perdieran la vida en dos episodios distintos para que el fútbol inglés comenzara a adoptar reformas estructurales.
Hoy, 40 años después, el desastre de Bradford sigue siendo un símbolo brutal de lo que ocurre cuando la pasión por el fútbol convive con la desidia institucional. En 1985 no existían controles contra incendios adecuados, ni salidas de emergencia funcionales, ni tampoco conciencia real sobre los riesgos.
El legado de aquella tragedia es doloroso, pero también imprescindible. Porque recordar no solo es un acto de homenaje a quienes perdieron la vida, sino también una advertencia para que la historia no se repita. Y porque, aunque parezca mentira, un estadio puede ser un templo para miles… O una trampa mortal disfrazada de fiesta.
La vuelta a casa y el duelo que no cesa
Tras año y medio de exilio futbolístico, el Bradford City regresó al remodelado Valley Parade en diciembre de 1986, en un partido emotivo que reunió al club con su historia y su gente. Fue posible gracias a una movilización ciudadana sin precedentes, donde miles de personas donaron tiempo, dinero y materiales para reconstruir el estadio.
La reapertura fue celebrada con un encuentro conmemorativo ante una selección nacional inglesa dirigida por Sir Bobby Robson, que terminó con victoria local por 2-1, simbolizando un renacer desde las cenizas.
Durante la temporada 1985/86 y parte de la siguiente, el equipo debió hacer de local en estadios prestados por el Bradford Northern RLFC, el Huddersfield Town y el Leeds United, que ofrecieron sus instalaciones solidariamente mientras se realizaban las obras. Aunque el regreso al Valley Parade representó una etapa de recuperación, el dolor por lo sucedido no se borró.
A lo largo de los años, el club ha mantenido vivo el homenaje, realizando ceremonias con lecturas, mensajes y oraciones difundidas por redes sociales y plataformas del municipio.
A cuatro décadas del incendio, la herida aún late en la comunidad. Martin Fletcher, único sobreviviente de una familia entera que asistió aquel día, convirtió su dolor en memoria colectiva al publicar el libro 56: La historia del incendio de Bradford.
En la obra, no solo narra lo vivido, sino que revela la existencia de al menos nueve incendios sospechosos relacionados con propiedades de Stafford Heginbotham, entonces presidente del club. Su testimonio, cargado de pérdida y búsqueda de verdad, refleja que la tragedia no se detiene con las llamas, sino que continúa en las preguntas sin respuesta.