La aparición de Goycochea por la lesión de Pumpido y la otra mano de Dios: el recuerdo de un triunfo clave sobre la URSS en Italia 90

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“Después de la derrota con Camerún casi no dormí. Al levantarme, estaba fusilado. Me miré en el espejo y vi a un hombre ojeroso, con la barba crecida, ¡hasta me habían salido unos granitos en la cara por tanto estrés! Sin embargo, recordé la historia de un general que, tras perder una batalla muy importante, al día siguiente se vistió con su mejor traje, se afeitó y se perfumó para levantarle la moral a sus soldados en el campamento. Así lo hice. Me afeité y me puse un traje nuevo que me había traído un amigo de Caniggia desde Milán y una corbata de colores. Parecía que veníamos de ganar 5-0. Cité a todos para una reunión después del almuerzo. Cuando me vieron, cambió el humor de los muchachos. No soportaba la idea de volvernos eliminados en la primera ronda, de hecho, llegué a bromear con que prefería que se cayera el avión que nos llevara de regreso a Argentina. Pero les expliqué que todavía no estábamos muertos. Nos quedaban seis finales para levantar otra vez la Copa. Todo dependía de nosotros”.

Las palabras de Carlos Bilardo ponen en contexto la situación que atravesó el grupo luego de la dolorosa caída frente a Camerún en el partido inaugural. Costó mucho conciliar el sueño aquella noche en la concentración de Trigoria, a donde arribaron en las primeras horas del día posterior, luego del silencioso vuelo desde Milán. Los medios del mundo se hacían eco de un resultado inesperado, con el foco en la floja labor de los campeones defensores. El dolor era mucho, pero todavía había vida.

El partido frente a la Unión Soviética. Duelo decisivo y un todo o nada muy temprano. Los rusos también fueron sorprendidos en el debut, al caer frente a Rumania por 2-0, por lo que los resultados de la zona iban contra la lógica. El choque ante ellos, en la previa, se suponía que sería por el liderazgo, para saber quien quedaría primero. Ahora era clave. Una tabla donde aferrarse luego del naufragio inaugural.

El gol de Troglio de cabeza para marcar el 1-0

En la tarde de aquel sábado, cuando se cumplían 24 horas del partido con Camerún, algunos de los muchachos atendieron a la prensa, al tiempo que desde Bari llegaba la noticia de la derrota de Unión Soviética. El Pepe Basualdo fue uno de los más autocríticos: “Me pesó el debut, lo reconozco, aunque no se si sirve de algo ahora. Tenía la mente clara, pero el cuerpo completamente contracturado. No podía hacer ni siquiera un pase de dos metros”.

El domingo, fue la jornada del regreso al trabajo más intenso, donde empezaron a vislumbrase algunos cambios que eran inevitables. Seguro tendría que salir Oscar Ruggeri, que ya había actuado disminuido físicamente frente a Camerún, donde solo jugó el primer tiempo y ni hablar del ingreso de Claudio Caniggia, quien, a fuerza de velocidad y habilidad, se ganó un lugar que siempre debió ser suyo.

El lunes Maradona habló con los periodistas y dejó claros varios sentimientos: “Todavía hay demasiada tristeza en nosotros, pero ya no podemos seguir así. Somos jugadores del equipo campeón del mundo y ese estado de ánimo, no debe tener más lugar. Quiero disfrutar rápido de la revancha y, gracias a Dios, esta competencia te la da cada tres días. La realidad marca que no estamos a la altura de Brasil, Italia o Alemania. Con Camerún no que me quedó otra alternativa que jugar de punta. O iba yo o no había nadie. Después de todo lo que vivimos en Milán, donde hasta nos silbaron el himno, ahora vamos a Nápoles. Para la selección será importante tener alrededor el calor del público”.

El Vasco Olarticoechea, la figura de Argentina en aquella noche

Y ese no era un detalle más. Argentina sería local en los dos compromisos siguientes, porque con toda la lógica, había elegido a esa ciudad, donde Diego era venerado hasta lo imposible, como la sede por ser cabeza de serie. La llegada, que Bilardo adelantó un día, fue apoteótica, con gente rodeando el micro durante muchas cuadras y un incesante flamear de banderas, como si se estuviese en cualquier rincón de nuestra geografía. Allí fue donde Diego les dijo a sus compañeros: “Llegamos a casa”. Y al tomar contacto con la prensa, afirmó: “Si mañana vienen todos los napolitanos a alentarme, a gritar por Argentina, me verán realmente feliz. Pero quiero decirles que ya me han dado todo, no tengo derecho a exigirles nada”.

Era la hora de las definiciones y Bilardo no dudó en realizar cinco cambios. El equipo necesitaba un cimbronazo así, para sacudirse y volver a creer: Serrizuela por Ruggeri, Monzón por Fabbri, Troglio por Lorenzo, Olarticoecha por Sensini y Caniggia por Balbo. El famoso esquema 3-5-2 no se resentía, pero iba en busca de mayor seguridad y presencia en el campo contrario.

La gran preocupación era Oleh Protasov, el centro delantero soviético, que era el goleador y había sido una de las figuras de su selección dos años antes, cuando llegaron a la final de la Eurocopa, perdiendo con Holanda. Sobre él iría Pedro Monzón, que conocía a la perfección lo que Bilardo pretendía de un stopper: fortaleza, concentración y no dejar ni un segundo a su marca.

El segundo convertido por Burruchaga

Aquellos que tienen la vista agudizada o el talento para detectar cosas que a la mayoría se le pasan por alto, seguramente descubrieron un detalle en la indumentaria cuando la Selección salió al campo de juego, estruendosamente recibida por el calor del pueblo napolitano: los pantalones eran completamente negros y no tenían las tres tiras blancas que identifican a la marca que era la proveedora. La explicación era, cuando no, el inefable doctor Bilardo. Estaba convencido que traían mala suerte y por eso mandó a cortarlas tras la derrota con Camerún, lo que conllevó un problema entre la AFA y la empresa y de ésta con su enviado a Italia, que casi pierde su trabajo. Es bueno recordar que hubo un cambio en la ropa con respecto a México ’86: Le Coq Sportiff por Adidas.

No habían pasado del clásico round de estudio, como en el boxeo, cuando el infortunio se vistió de celeste y blanco. Un ataque rival sobre la izquierda desembocó en una pelota en cortada, peligrosa, al borde del área chica. Nery Pumpido salió presuroso desde la valla por el ingreso de un adversario y al mismo objetivo fue Olarticoechea, cerrando desde su sector. El involuntario choque entre los compañeros desembocó en lo peor: fractura del arquero en su pierna derecha.

El nerviosismo ganó a todos, sobre todo en el banco argentino. Así lo evocó Bilardo: “Llamé a Goycochea, lo puse en el medio del campo, mientras en nuestra área trataban a Pumpido y le aseguré que, aunque se citara por reglamento a otro arquero, pasara lo que pasara, el titular sería él desde allí hasta el final. Lo acompañé caminando despacito hasta el área, para que se acostumbrara y aclimatara al campo de juego, porque es diferente a un jugador de campo. Goyco entró con mucho entusiasmo y una serenidad asombrosa, que nos devolvió el alma a todos”.

El festejo de Goyco, Monzón y Diego al terminar el partido

Pocos minutos más tarde, se vivió otra situación límite. Unión Soviética ejecutó un tiro de esquina desde la derecha muy cerrado. El zaguero Kuznetsov se anticipó a Simón y su cabezazo se dirigía en forma inexorable a la red, porque Goycochea estaba lejos. Maradona estaba en el primer palo y la sacó con un corto golpe de puño que el árbitro omitió, pese a su privilegiada ubicación, reeditando la mano de Dios. Era un clarísimo penal. Suerte que faltaban muchos años para la llegada del VAR…

Argentina comenzó a ganar terreno en el campo de juego. Sin claridad, pero con las ganas que contagiaba el Vasco Olarticoechea y la esperanza en cada pique de Claudio Caniggia, que era siempre detenido con faltas. José Tiburcio Serrizuela, de excelsa pegada, se tuvo fe y ejecutó tres tiros libres que pasaron cerca de la valla que defendía Uvarov, quien ocupó la valla en lugar del histórico Dassaev, desplazado luego del debut ante Rumania.

Y a los 27 minutos llegó el grito de desahogo. Luego de un córner, la pelota le cayó a Olarticoechea, que se fue hasta el fondo por el costado izquierdo y lanzó un centro perfecto que aterrizó con enorme justeza en la cabeza de Pedro Troglio, que llegaba de frente y la clavó en el ángulo.

Argentina logró un poco de tranquilidad y Diego, pese a las notorias molestias físicas, se fue haciendo dueño de las acciones, superando a Zygmantovich, que tenía algo más complicado que su apellido que era hacerle marca personal al crack. Sobre el final del primer tiempo, Unión Soviética tuvo una chance clara, con un remate franco desde la puerta del área, que Goycochea desvió con excelentes reflejos.

Apenas comenzando el segundo tiempo, Caniggia volvió a hacer explotar su increíble velocidad, superando varios rivales. Cuando se iba hacia la valla rival, Bessonov lo tomó de la camiseta y vio la tarjeta roja, siendo el tercer futbolista expulsado en el Mundial por no poder detener al delantero argentino.

En eso, fue igual que contra Camerún. Y también en el hecho de no poder hacer pesar la ventaja de un hombre de más. Goyco no retuvo un violento remate desde fuera del área y el rebote le cayó a Zavarov en inmejorable posición. El arquero se repuso rápido y logró tapar lo que era el empate. Un rato después, Maradona vio la tarjeta amarilla, la cual arrastró el resto de la competencia, sabiendo que una segunda, lo dejaría fuera por un partido. Recién volvería a ser amonestado en la final por el mexicano Edgardo Codesal.

En el pantalón de Maradona puede apreciarse que no están las tres tiras que Bilardo mandó a cortar

Más tarde, Burruchaga cabeceó exigido una gran habilitación de Diego y se perdió el segundo por centímetros. A los 79 tuvo su desquite. El zaguero Kuznetsov se la quiso dar a su arquero y quedó corto. Allí estaba Burru para recibir el regalo. Con la frialdad para definir, que era una de sus características, la colocó con suavidad contra el poste izquierdo. Hubo resto para un par de pinceladas de Maradona, acompañado por las ovaciones que caían desde los cuatro costados de ese estadio San Paolo que era su templo

El pitazo final del árbitro sueco Fredriksson desató la algarabía y la tensión contenida luego del mal paso del debut. Arropado por el afecto napolitano, Argentina acababa de obtener la victoria necesaria para seguir con vida y mirar con optimismo el futuro. Bilardo se quedó más tranquilo y, quizás, haya podido conciliar el sueño esquivo post Camerún. Hizo los cambios urgentes, donde en parte quedaba en claro que se había equivocado ante los africanos y también respiró tranquilo.

Un día más tarde, Camerún ratificó que su gran triunfo ante Argentina no había sido algo casual, venciendo a Rumania por 2-1, con goles de la vigente veteranía de Roger Milla, para sellar su pasaje a los octavos de final y dejar al grupo B al rojo vivo de cara a la última fecha. Los dos primeros de cada zona avanzaban y también lo harían los cuatro mejores terceros. Esperaba Rumania, con nuestras mismas necesidades, pero con algunas diferencias. Veníamos en levantada, contábamos con Maradona y el apoyo del público de Nápoles. ¿Sería suficiente?

Próximo episodio: Rumania

Fecha: 18 de junio

Locación: Estadio San Paolo de Nápoles

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