Por qué ahora. Para qué volver sobre el pasado. Cómo fue el proceso de reconstrucción, cómo se dio el mecanismo de escritura. Algunas de estas cuestiones referidas a Mil batallas, su autobiografía, responde Patricio Albacete a LA NACION. Las razones profundas, no obstante, hay que encontrarlas en la lectura del libro, un recorrido minucioso por su trayectoria dentro y fuera de la cancha: desde cuando el rugby le permitió canalizar la rebeldía adolescente en sus inicios en Manuel Belgrano, pasando por sus proezas como una leyenda de Toulouse y el mejor segunda línea en la historia de los Pumas, hasta sus enfrentamientos con referentes de la selección, entrenadores y dirigentes. Aunque parezca un relato lineal, no se agota en los acontecimientos. Antes, permite desterrar la génesis de una forma de conducción que aún hoy persiste. Allí radica la verdadera respuesta a la disyuntiva inicial.
“Ganó muchas batallas, pero perdió la guerra”, comentó uno de los invitados a la presentación del libro, realizada la semana pasada en una librería en Palermo Soho, en referencia al costado más polémico de Albacete. En parte, la afirmación es cierta. El enfrentamiento con el poder le costó la marginación de los Pumas cuando todavía tenía mucho para dar y las negligencias dirigenciales que cuestionó se mantienen en la actualidad. En su defensa, aduce que no lo impulsaba una vocación de fama o arrogancia, sino la mera pulsión de actuar en concordancia con sus principios.
Si fue una decisión acertada o no, sólo debe rendir cuentas a sí mismo. “No me arrepiento de nada. Volvería a hacer todo tal cual lo hice, porque fue para defender a mis compañeros. Si después había consecuencias y me suspendían, yo me hacía cargo”, insiste Albacete. En la misma línea, aclara que no es una suerte de revancha lo que lo motivó a escribir este libro. “Quería contar las bajezas a las que me sometieron para que el lector entendiera mi forma de actuar. En realidad, el libro fue una idea de Ricardo Sabanes, dueño de la Editorial Club House, que me lo propuso cuando me retiré a fines de 2018. Me dijo que le interesaba contar mi historia y acepté. Hubo muchísimos inconvenientes en el medio, como la pandemia, cambios entre los que me ayudaban a escribirlo, el fallecimiento de Sabanes. Ahí hablé con Editorial Planeta y les encantó la idea. Seguí laburando con Marcos Caruso y terminó saliendo ahora”.
Radicado en Buenos Aires desde que dejó la práctica del rugby, Albacete vive en Retiro con su mujer, la exmodelo Pamela Pombo. A su regreso dirigió la primera división de Manuel Belgrano, pero hace un par de años se alejó. “Hoy mi relación con el rugby es sólo en carácter de columnista del podcast Try Convertido en LA NACION, que vuelve a mitad de año. Me gusta mirar los partidos que me interesan, sobre todo partidos internacionales. Trato de estar al tanto de la actualidad”, cuenta. “El rugby me dio mucho más de lo que esperaba y yo le di todo lo que tenía. Al rugby no le puedo pedir nada más, y el rugby no me puede pedir a mí nada más, tampoco”.
-¿Cuáles fueron las primeras repercusiones del libro?
-La verdad, todas buenas. Parece que gustó. Me dijeron de la editorial que está quinto entre los más vendidos. Obviamente, a mis amigos les gusta la parte del club, de mi familia, algunas anécdotas. La parte más conflictiva tiene mucho detalle. Es raro que no haya habido repercusión entre los que menciono, nadie dijo nada. Lo que pasa es que lo que yo digo lo tengo todo documentado. Si viene cualquiera y me dice que algo no fue así. “¿Ah, no? Mirá…“. Tengo todos los mails.
-Todo está escrito con mucho detalle: desde los partidos, los campeonatos y las lesiones hasta las reuniones con tus compañeros o los dirigentes. ¿Te acordás de todo? ¿Llevás un diario o algún registro?
-No, soy bastante memorioso, la verdad. Me pongo en tema y voy metiéndome en el recuerdo. Además, hubo un trabajo de archivo importante.
-¿Y estás contento con el resultado final del libro?
-Sí, está bueno. Es divertido. Creo que Marcos le agregó toda la parte emotiva, las descripciones de los lugares, citas de grupos de música que me gustan. Yo le dije que a mí no me interesaba hacer un libro donde sólo se hablara de rugby, de los premios, de los partidos, sino que el lector sienta que está metido en el relato. Incluimos algunas reflexiones y frases de autores que a mí me gustan. A mí me encanta Bielsa, por ejemplo. Otra de algún escritor francés. Cosas que le dan un toque distinto.
-El libro parece que no tuviera filtro. Contás todo de manera muy frontal. ¿Hubo cosas que te guardaste?
-Siempre hay cosas que uno se guarda. Lo que me deja tranquilo es que lo que escribí, antes lo hablé cara a cara con todos. Entonces nadie te puede decir que se sorprendió. Porque ya lo saben, lo hablé, lo discutí en su momento. Así que no creo que nadie pueda decir: “Qué raro, Pato nunca me dijo esto”. Mentira. Yo quería contar un poco las bajezas a las que me sometieron. Yo quería contar todo eso para que el lector entendiera mi lineamiento.
-¿Cuál era el límite? ¿Cuál era el criterio para decir esto lo pongo y esto mejor no?
-Al principio había escrito un montón de cosas, pero dije: “No, saquémoslo”. Tengo algunos audios y otras cosas, pero que tampoco valía la pena poner. Pongo textual lo que decían los mails, ya con eso tengo las pruebas suficientes como para justificarlo. El tema de los audios es más complicado, son más personales.
-Hablás mucho de la capitanía: en Pumitas, en Toulouse -donde llegaste a ser el único capitán extranjero- y en los Pumas, donde muchas veces que eras subcapitán, o que ibas a ser capitán, y por distintos motivos nunca se dio…
-No me nombran subcapitán. En la gira en la que todo el mundo daba por sentado que yo era el subcapitán, no nombraron subcapitán. Siempre había subcapitán y en esa no. Nombraron capitán solo, que era Corcho [Fernández Lobbe]. Por lo menos, raro.
-Y después Hourcade te dice que te había elegido como capitán y la UAR no lo dejó…
-Yo le digo: ‘Entiendo perfecto, no hay problema, yo sé lo que dije, sé que tengo una relación de rispidez con la dirigencia y entiendo que te hayan bajado mi nombre’. Pero después no digas todas mentiras. Además yo no le había contado a nadie eso, se enteró la prensa a través de un dirigente.
-Ahora a la distancia, ¿te habría gustado ser capitán?
-Yo no tenía interés en ser capitán, tampoco es una deuda pendiente. El mejor reconocimiento que podés tener es el de tus compañeros, y hasta de tus rivales. Yo creo que el reconocimiento de mis compañeros lo tenía. Más allá de cualquier diferencia, nadie me discutía como jugador. Me daba bronca por ahí no ser capitán por temas políticos, o que los capitanes en su momento tenían conflictos de intereses. Corcho tenía a un hermano laburando en ESPN; el otro, no sé si no estaba en el Seven en ese momento. Entonces yo le dije: ‘Corcho, si vos vas a agarrar la capitanía, defendé a los jugadores, defendé al equipo. Si tenés conflicto de interés, no agarres’.
-Lo que se ve en el libro es que siempre sos muy exigente con todo. Primero con vos, hasta con tus entrenadores, tu preparador físico. Tenés una vara muy alta y esperás que todos estén a esa altura, y por ahí no todos son así. ¿Eso es lo que te lleva al conflicto muchas veces?
-Sí, puede ser. Es que de alguna manera creo que había que vivirlo así. Al estar representando a tu país, con todo el sacrificio que implica, tenemos que ser todos exigentes, todos tirar para arriba, todos tratar de mejorar. Y por otro lado, la dirigencia… a mí no me importa cómo tiene que estar organizada, la estructura, el organigrama… Pero a los jugadores que tienen que estar un mes en Buenos Aires entrenándose, dándoles las comodidades básicas, que puedan descansar, que puedan jugar bien.
-En el resto de tu vida cotidiana, con tu mujer, con tu socio, con tus amigos, ¿sos igual de exigente?
-Soy exigente, lo sé. Soy neurótico obsesivo, también lo sé. Me gusta hacer las cosas bien en mi vida en general. Trato de ser exigente conmigo mismo. Y puede ser que sea exigente con los demás también. No sé si soy igual de exigente con todos, pero conmigo sí.
-¿Cómo es tu vida hoy?
-Cuando me retiré lo primero que quise hacer fue recibirme. Yo le había dado la palabra a mi viejo que me iba a recibir. Después ya venía embalado con el estudio e hice un primer máster en Francia. Cuando llegué acá hice un máster en Banking y Mercados Financieros. También hice la formación de coach ontológico con Federico Aragón, de la Global de Coaching Federation. Es un tipo muy empático que logra llegar a tu fibra profunda. Tiene mucha experiencia, te identifica el problema enseguida y te entra en la fibra profunda donde te toca y muchas veces te hace emocionar, llorar, logra sacarte realmente lo que tenés adentro. Y después arranqué con algunos proyectos. Ya desde que estaba en Francia tengo una software factory en la que hacemos desarrollo de apps. Estoy construyendo en Pilar un complejo de departamentos premium. Y también estoy con los vinos 2456, con Euse, Manucho y el Flaco [Guiñazú, Carizza y Farías], con quienes tenemos bastantes proyectos: se han incorporado socios nuevos, lo que nos permite duplicar el volumen de producción y profesionalizar un poco la estructura, vamos a tener próximamente una casa receptiva, hemos comprado las primeras viñas propias y tenemos el terreno y el anteproyecto para hacer un hotel, spa, bodega de exhibición y restaurante en el Valle de Uco.
-¿Qué hacés en tu tiempo libre?
-Sigo yendo siempre al gimnasio. Voy con Pame, a ella también le encanta entrenarse, es profe, se entrena todos los días, tiene alumnos. Para mí es un cable a tierra, es el momento en que me despejo, pienso en otra cosa, gasto energía. Ahora no voy hace un tiempo porque tengo dolores en los hombros: tengo tres operaciones en un hombro, dos en otro. Después, me gusta leer bastante. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo Los líderes comen al final, de Simon Sinek. Me gustan esos libros que son un poco de finanzas, un poco de coach de vida como Ray Dalio, Zig Ziglar. Hoy estoy aprovechando mucho la vuelta a la Argentina. Me gusta estar con mi mujer, disfrutar el tiempo libre, ir a cenar, juntarme con amigos.
-¿A Toulouse volvés seguido? ¿Extrañás?
-Volví hace cuatro o cinco años. No extraño nada, cero. También acompaño mucho a mis viejos, que están grandes. Tratamos de pasar a verlos una vez por semana para ver cómo están, acompañarlos, que era algo que cuando estaba en Francia me atormentaba un poco.
-En el libro también hablás mucho de los golpes, las lesiones, el dolor… ¿Qué secuelas tenés en el cuerpo? ¿Cómo te afectan en la vida cotidiana?
-Sí, tengo dolores. Los hombros los tengo destruidos y no los termino de recuperar del todo. No me puedo poner un saco solo, por ejemplo, me cuesta ponerme una mochila. No tengo movilidad, no tengo rotación externa.
-¿Y la cabeza? En el libro hay una sola conmoción que contás, en la final de la Copa de Europa.
-Tuve algunas conmociones, pero tampoco tantas. Habré tenido cinco o seis. No me dejaron secuelas.
-¿Viste la entrevista a Chabal, que dice que no recuerda nada? ¿Qué opinás?
-Me pareció raro lo de Chabal, no sé por qué salió a decir eso. Estuve hablando con algunos amigos de Francia y me contaron que podría haber otras causas también. No creo que sea por plata, porque hizo muchísima guita siendo la imagen del rugby francés durante años. Sí entiendo lo que puede contar él, porque en esa época de verdad te golpeaban, quedabas destruido en el piso y te volvían a meter en la cancha. No existía el protocolo de conmoción. Si vos decías ‘estoy bien’, te metían igual. Me acuerdo que Tití [Dusatoir], jugando contra Clermont, se come un golpazo tremendo de Davit Zirakashvili, se levanta y queda estúpido, se para, se vuelve a caer; la defensa estaba acá y él se va corriendo para el otro lado… En el momento te asustás, después en el video del lunes estábamos llorando de la risa.