Opinión. Un irrefrenable deseo de saber qué pasaba con el fiscal Alberto Nisman

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Sentí el irrefrenable deseo de ir. Poco antes de la medianoche de ese 18 de enero de 2015 había leído, como muchos otros, el casi encriptado mensaje en Twitter sobre que algo grave ocurría en el Complejo Le Parc de Puerto Madero. El caso del atentado en la AMIA nunca estuvo entre mis asignaciones profesionales. Pero en las noches anteriores había pensado bastante en la denuncia que sacudía a la política local. Había leído varias veces el extenso texto después de que también en Twitter –ecosistema que en ese momento todavía era tierra de cronistas– un colega publicó los nombres de los periodistas que aparecían citados en ese documento. Me sorprendió encontrar allí mis investigaciones sobre los movimientos de posicionamiento de Irán en la Argentina. Alguna embajada que elige entre sus cinco mejores candidatos para enviarlos a Buenos Aires había prestado atención a esas notas publicadas entre 2006 y 2008, pero en verdad pensé que habían caído en el olvido, hasta que las encontré consignadas en ese informe que sacudía todo. No conocía al fiscal Alberto Nisman, esperaba antes de esa noche tener la oportunidad de agradecerle la gentileza de haber tomado en consideración mi trabajo para sustentar, aunque sea en una parte minúscula, su denuncia.

Todavía era la noche del domingo cuando llegué a Puerto Madero y el amontonamiento de patrulleros de la Policía Federal y de la Prefectura entregaba la confirmación visual de que un suceso anormal había pasado. Imposible saber entonces que toda esa gente que se amontonaba frente a los ascensores de la torre tendría vía libre en la escena del crimen. Así calificó a ese lugar el fiscal federal Eduardo Taiano, que en los últimos días hizo público el informe que contiene reveladoras fotografías sobre el poco apego al trabajo profesional que tuvieron las 80 personas que pasaron por ese departamento.

Conocer esas irregularidades no era la función primaria del cronista en la calle, sino confirmar los datos esenciales para hacerlos públicos. Todavía nadie podía dar la certeza sobre el único aspecto de la noticia que interesaba en ese momento. Mientras buscaba quién podía dar la información con el suficiente grado de credibilidad para la publicación, es decir alguien que estuviese ahí arriba, en esa torre de Puerto Madero, pensaba por qué estaba ahí abajo, fuera de mi horario laboral. Pensaba que la inclusión en la denuncia de los movimientos iraníes que había seguido durante algunos años me habilitaba a ser uno de los que preguntaban directamente qué había pasado con Nisman, asignándome la cobertura a mí mismo. Luego llegarían los reporteros gráficos Alfredo Sánchez y Diego Lima, que compartían una cena y tomaron la decisión de llegar al lugar de la noticia.

Los teléfonos discados sonaban sin respuesta, nada raro en esta profesión. En ese momento seguía con las cavilaciones de cómo había llegado a observar la penetración de Irán en la región. Todo había empezado cuando informaba sobre la extraña diplomacia paralela que hacía el entonces embajador venezolano Roger Capella. Dirigentes agrarios me habían reconocido su sorpresa cuando una reunión con Capella derivó en una visita a la embajada iraní para promover una iniciativa de compra de granos a cambio de favores políticos.

Capella tuvo que irse del país en 2006 después de la publicación de cuatro notas. Supongo que Néstor Kirchner se dio cuenta de que le estaban caminando el territorio. A ningún peronista le gusta eso. Sospecho eso, no pude hablarlo con Kirchner porque la última vez que nos vimos fue en agosto de 2003 cuando, junto al inefable Alberto Fernández, me bajó del Tango 01 minutos antes del despegue en Aeroparque; en medio de su relato sobre los 70: no querían tener cerca al periodista que cubría las actividades de las Fuerzas Armadas. En mis asignaciones estaba también el por entonces poderoso movimiento piquetero, por ahí llegó la línea que me derivó primero a Venezuela y después a Irán, que usaba a Caracas para expandir su tablero geoestratégico. Hasta que Nisman incluyó esos artículos en su denuncia, nadie se había tomado el trabajo de alertar sobre los movimientos locales del país acusado por el atentado contra la AMIA.

La inspección en el departamento de Alberto Nisman

Antes de la primera hora del lunes 19, finalmente el teléfono discado entregó los datos necesarios para una confirmación periodística. En ese momento, LA NACION pudo publicar no solo la muerte del fiscal, sino también que había sido encontrado en el baño, que había una pistola calibre 22 a su lado y que los custodios habían ingresado con la madre luego de llamar a un cerrajero. La información básica que luego se completaría en estos diez años.

Volví a pensar en esa noche en junio de 2022, cuando alguien me contó que un avión iraní operado por una compañía venezolana había sido interdictado en Ezeiza después de un aviso de la inteligencia de Paraguay, un mes después del asesinato del fiscal paraguayo Marcelo Pecci en Cartagena.

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