Un presidente a contramano que esta vez prefirió pisar el freno

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Davos fue un pequeño Waterloo en la guerra cultural de Javier Milei. El presidente que alardea de acelerar en las curvas descubrió, de repente, que iba a contramano. Su discurso ultraconservador contra el feminismo y la diversidad sexual lo puso en una pantalla que gran parte de los argentinos pasó hace tiempo.

Encuestas tradicionales y estudios de opinión en redes sociales le permitieron constatar al Gobierno el mal paso que había dado Milei. Lo que siguió resulta muy descriptivo de la manera en que el presidente libertario se conduce en la política: pragmático a prueba de balas, no tiene inconvenientes en pisar el freno a fondo cuando vislumbra la pared.

Se retractó a su manera: atacando. El primer mensaje para acomodar lo que dijo en los Alpes suizos lo destinó a acusar de mentirosos a quienes tildaron de homofóbico un tramo de su mensaje, aquel en el que justo después de recordar el caso de una pareja gay condenada por abusar de sus hijos adoptivos afirmó: “En sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. ¡Son pedófilos!”.

Milei quiso poner a salvo la narrativa. Denunció una suerte de conspiración para deformar sus expresiones en la que ubicó a periodistas y también al jefe de gobierno porteño, Jorge Macri, que había salido a criticarlo en defensa de la diversidad sexual. “No se pongan en nuestro camino. Frente a cada curva que ustedes quieran inventar, nosotros vamos a seguir acelerando”, advirtió el Presidente.

Aplicó una lección que aprendió muy bien Donald Trump en los tempranos 80: “Pase lo que pase, cantá victoria. Nunca admitas una derrota”. Es una de las tres reglas que –tal como ha contado el ahora presidente de Estados Unidos- le enseñó el inescrupuloso abogado Roy Cohn, su fuente de inspiración para la construcción de su imperio empresarial.

Con una marcha LGTB lanzada para repudiar los dichos del Presidente, la Casa Rosada aceleró el operativo “olvídate de Davos”. En público, le tocó a Manuel Adorni el engorroso papel de explicar que Milei no dijo lo que dijo ni lo volverá a decir. Negó enfáticamente que su jefe considere la homosexualidad como sinónimo de pedofilia. Enfatizó que Milei “no atacó al feminismo” sino a los “negocios asociados”. Que el Gobierno respeta la diversidad. Que hubo “interpretaciones malintencionadas”. Que no hay razones para pensar que pueda haber cualquier tipo de discriminación promovida desde el poder.

Bajo cuerda, se decidió mandar al freezer el proyecto de “igualdad ante la ley” con el que la Casa Rosada se había entusiasmado al calor del discurso suizo. Aquella idea tenía como eje central eliminar del Código Penal el agravante por femicidio.

Mariano Cúneo Libarona y Patricia Bullrich

Milei había dicho: “Llegamos al punto de normalizar que en muchos países que se llaman civilizados si uno mata a la mujer se llama femicidio, y eso conlleva una pena más grave solo por el sexo de la víctima, legalizando de hecho que la vida de una mujer vale más que la de un hombre”.

El ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, se apuró a anunciar la reforma legal: “Ninguna vida vale más que otra”, celebró, siempre entusiasta a la hora de defender a los hombres que son víctimas de la violencia femenina.

Todo indica que quedará colgado del pincel, según admiten en la Casa Rosada. La ley de femicidio había sido votada en 2012 por unanimidad. No surgió de la presión feminista, sino de familiares de mujeres asesinadas en una situación de violencia machista. Tuvo entre sus más fervientes defensoras parlamentarias nada menos que a la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Y no existe un debate social sobre la conveniencia de mantenerla en el ordenamiento jurídico argentino.

Pero lo que terminó de convencer a los funcionarios que rodean al Presidente es la respuesta a una pregunta elemental: ¿quién se beneficiaría con el cambio legal de esas características? Decenas de asesinos condenados por femicidio podrían apelar a una ley más benigna para pedir una reducción de la pena o beneficios de libertad condicional.

Adorni intentó surfear la ola del razonamiento presidencial, ante la pregunta de una periodista española. Dijo: “A mí si me matan y también te matan a vos me gustaría que el trato sea igual, y no que vos tengas ningún tipo de connotación adicional por eso”.

Una fuente de la Casa Rosada que constató la aspereza del razonamiento añadió: “Imagínate si tuviéramos que bancar en público que empiezan a liberar asesinos en nombre de la igualdad ante la ley”.

La sombra de Trump

A juicio de un sector del Gobierno vinculado a la estrategia política del Presidente, hubo un error en enfocar todo el discurso de Davos en la agenda social. Se pensó como una forma de mostrar sintonía con los vientos de cambio global que desató el triunfo de Trump en Estados Unidos. Pero le faltó sutileza política y sentido del beneficio propio.

Milei se perdió la oportunidad de destacar los avances económicos de su gobierno ante una audiencia internacional que va a esos foros a definir inversiones o a aconsejar a aquellos que tienen dinero para hacer negocios.

Milei, en los pasillos de la cumbre de Davos

Al despotricar contra el feminismo, el ambientalismo, la inmigración y la diversidad sexual bordeó posturas fanáticas que ni el propio Trump abraza con especial convicción (nombró nada menos que en el Departamento del Tesoro a Scott Bessent, que está casado con otro hombre).

A nivel interno, se arriesgó a diluir las buenas noticias que le trae la economía y que han sido el combustible que impulsa su popularidad. ¿De qué le serviría empujar la conversación pública hacia una batalla imaginaria para discutir un nuevo sentido común en la sociedad? La “agenda woke” es, para una mayoría de los argentinos, un concepto vacío, ajeno. “La mitad no entiende a qué se refiere y los demás piensan que está hablando de una sartén china”, ironiza un aliado parlamentario del Gobierno.

En el entusiasmo por lo novedoso el oficialismo incluso desperdició la oportunidad de capitalizar en toda su magnitud la decisión de bajar las retenciones a la producción agropecuaria, una medida largamente reclamada desde distintos sectores que apoyan a Milei.

El ministro Luis Caputo en conferencia de prensa

Un discurso hostil hacia el feminismo y la diversidad sexual resulta especialmente disonante entre los jóvenes, el segmento etario en el que más fuerte está posicionado el Presidente. Por mucho que retumbe en ciertas burbujas de redes sociales, donde a menudo se extravían el Presidente y algunos de sus seguidores más fieles.

El esfuerzo puesto por negar cualquier atisbo de discriminación sexual o afán persecutorio de las minorías retrata a un gobierno con instinto de adaptación. “Milei en el poder es como la Inteligencia Artificial. Aprende con el uso”, explica un dirigente del Pro que tiene trato dilecto con el Presidente. Ya demostró en muchas ocasiones capacidad de ajustar la narrativa. Un día dejó de proponer la libre venta de órganos. Otro pidió disculpas al Papa por haberlo llamado “el enviado del maligno en la Tierra”. Más acá en el tiempo descubrió que los “sangrientos comunistas” chinos son en realidad “socios comerciales muy interesantes” que solo quieren que “no los molesten”.

La marcha de protesta convocada por la comunidad LGTB lo pondrá a la defensiva, tal como pasó en abril cuando surgió un movimiento ciudadano en defensa de la universidad pública. En aquella oportunidad supo mostrar cintura política para ajustar sus palabras y negociar.

La manifestación en Parque Lezama del sábado pasado en rechazo a los dichos de Javier Milei en el Foro de Davos
Foto: @christianbux

Emociones fuera de control

La incógnita que sobrevuela todo este episodio es si Milei valora realmente la diversidad y la tolerancia, dos rasgos inherentes al liberalismo. ¿O será que las palabras de Davos, tan celebradas desde círculos militantes del oficialismo, dejaron entrever el germen autoritario y reaccionario del nuevo poder?

El péndulo del lenguaje mileísta va del “respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo” a la amenaza destemplada de “salir a buscar” a los “zurdos de mierda” que, evidentemente, no piensan como él. ¿A quién creerle? ¿Al que destaca los beneficios de la democracia liberal o al que elogia al húngaro Viktor Orbán, promotor de una ley que penaliza la “propaganda gay” y que según la Unión Europea despertó una ola de la represión a la homosexualidad en su país?

Javier Milei, el gurú ultraconservador Agustín Laje y Manuel Adorni

Manipular emociones para sacar rédito político suele ser un ejercicio peligroso.

En una reciente entrevista, el escritor italiano Siegmund Ginzberg, autor de Síndrome 1933 -que revive el ascenso de Hitler al poder y los parecidos de aquellos con tiempos con el presente-, expresó: “No temo a los cuatro imbéciles que glorifican el pasado fascista o nazi, pero sí un poco a aquellos que fingen no saber lo que dicen ni lo que hacen. Los del ‘no me refería a…’ o el ‘¿fascista yo?‘. Hace falta muy poco para que una rabia ligera, un afable ‘yo no soy racista, pero…’ se transformen en un odio implacable, en una fiereza que no atiende a razones“.

Milei navega con ligereza las cuestiones sociales, apegado a un relato que toma prestado de ideólogos como Agustín Laje o su biógrafo Nicolás Márquez. Abraza nociones a las que no solía prestarle demasiada atención cuando esos sectores ultraconservadores empezaron a rodearlo en sus tempranos días como candidato a diputado nacional.

El paso por Davos acaso lo ayude a salir de la burbuja de sus aplaudidores más intensos. De hacerlo, podrá corroborar que al fin de cuentas su batalla cultural consiste antes que nada en cumplir el mandato democrático que recibió en las urnas: eliminar la inflación y normalizar el desquicio económico de la Argentina del siglo XXI.

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