Como si la desazón oficialista en el Congreso por las decisiones impuestas por la Casa Rosada en los últimos meses no bastara, la vicepresidenta Victoria Villarruel activó una feroz disputa interna: busca quedarse con la herencia de los despachos de senadores que se irán en diciembre próximo, con el recambio parlamentario que regalarán las elecciones de medio término. Esto significa que la titular de la Cámara alta se inmiscuirá con trofeos de guerra que, desde hace largos años, casi nunca fueron reclamados por gestiones anteriores.
Si bien aún no fue publicado en la web oficial -más allá de algunas picardías, sigue a años luz de la oscuridad que ofrece Diputados-, lo cierto es que el decreto presidencial 488/25 habilitó a que intervenga la “Dirección General de Administración” y efectúe un “relevamiento de oficinas actualmente asignados a los senadores, bloques políticos y asesores tanto en el Palacio Legislativo como en los distintos edificios anexos”.
El aval de Villarruel a la dirección en cuestión, en realidad, es parte del laberinto en el que quedó metida la propia vicepresidenta meses atrás, cuando decidió quitarle los poderes a la secretaría administrativa de la Cámara alta. Allí está la butaca desde donde se maneja la caja, un área que nunca supo, pudo, ni quiso entender la titular del Senado, a quien algunos ilusionistas la miran para grandes cosas. Hoy nadie la ocupa, tras la partida el corriente año -el segundo en hacerlo- de su aparente y entrañable amigo Emilio Viramonte Olmos, que ni siquiera duró un mes en la silla. Un verdadero papelón, aunque con otro objetivo entrelíneas: no descifrar quién toma las decisiones.
La flamante normativa señaló: “Los senadores con mandato cumplido deberán restituir a esta Presidencia del H. Senado de la Nación y/o a la autoridad que esta designe, los despachos y/u oficinas que oportunamente se les hubiesen asignado para el ejercicio de sus funciones parlamentarias, antes del 10 de diciembre del año en que finalice su mandato”.
En el siguiente se encuentra lo más jugoso: “La indicada restitución incluirá la totalidad del mobiliario propiedad del H. Senado de la Nación –muebles, sillas, modulares, equipos telefónicos, computadoras, laptops, celulares, tarjetas de ingreso y egreso, tarjeta de comedor, resmas, papeles membretados, expedientes, carpetas y toda documentación administrativa que los senadores, los agentes y asesores afectados a sus despachos y/o cuerpo de asesores de comisión y/o que participen de los Bloques hayan utilizado durante el tiempo que duró su mandato y/o su designación en esta H. Cámara”. Una vez consumado esto, Villarruel “dispondrá las medidas necesarias a fin de poder reasignarlos”.
Más allá de las especulaciones que habrá hasta el 10 de diciembre, la vicepresidenta cumpliría con una decisión que le corresponde como titular de la Cámara alta. Implica romper con los denominados -según el día- “usos y costumbres”, donde las bancadas que resisten el paso del tiempo delegan en sus referentes -o en legisladores amigos- el ida y vuelta de esos lugares. Vale recordar que, a inicios de la gestión Villarruel, el santacruceño José María Carambia se le instaló en un pasillo, a metros de su oficina, para que la libertaria le adjudicara -ocurrió ese mismo día- un espacio.
A la hora del mobiliario, la medalla principal es abrazar todo lo que esté en la “Casa”, es decir, en el edificio central del Congreso, donde se hallan los recintos de Diputados y el Senado. En una instancia menor aparecen la zonas “de segunda”, como el Anexo de la Cámara alta. En algunos pisos de aquí, las realidades paralelas a encontrar son más que llamativas.
Lo que también se volvió a ratificar en el anexo del Senado -sobre todo, a sentir- son olores nauseabundos en los baños y pasillos, junto a la desaparición de productos para higiene básica en distintos pisos. Esto dista mucho de lo que ocurre en el Palacio, donde el servicio funciona de forma aceitada. Por eso es que hay muchos que rezan para heredar un despacho. Y, de paso, Villarruel devuelve una “gentileza” a los legisladores -caen todos en la volteada, algo injusto- que la critican a destajo. En el peor de los casos, nadie podrá correrla con el reglamento, salvo que la trifulca aterrice en el recinto. El bochorno sería alucinante.